
Llego de mi viaje y me sienta bien el sol con frío. Debe ser que se lleva en la piel implantado desde niño si has nacido en la estepa abulense.
El frío polar me aturde y me introduce de nuevo en la vorágine madrileña tras tantas emociones.
Los reencuentros tienen siempre su lado agrio porque significan que el teléfono no es suficiente. Que hacen falta colchones en el suelo, meriendas de galletas y sofás en calcetines. Tardes de Domingo sin hablar, ensayar peinados o reportajes "cosmo", bailar Patricia Manterola y pedir una y otra vez la misma canción. Reirnos para dejar de llorar. Echar a correr en plena calle tras una pelea y escondernos para darnos un abrazo. Pero ahora ya no estamos tan locos... Bueno sí. No me rindo. Zaragoza no está tan lejos y aún no tienes niños...