Se sentaba en un lateral del sofá con los pies colgando, se lanzaba hacia atrás, de espaldas y la inercia hacía que sus mocasines saltaran por los aires (calurosos y cargados) cayendo con dos golpes secos sobre la tarima. Giraba sobre sí misma como un lirón y los recogía para empezar de nuevo.
La mole abrió la puerta del salón tambaleándose, exhalaba un olor desagradablemente ácido y se movía con mucha dificultad debido al sobrepeso. Llevaba una camiseta que en su día fue blanca, ahora sucia, raída y húmeda por el sudor de la siesta.
A esas pesadas y calurosas horas el zumbido del ventilador que no ventilaba... Faltaba luz, faltaba aire... el desmayo de Leandra fue inevitable y la mole, esta vez, no tuvo que pegarle.
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