
Óscar salió dando tumbos de la cantina, chocando contra la pared de enfrente, encalada, con desconchones que le daban ese aire oxidado y caliente.
Su camisa blanca sólo conservaba tres de los seis botones iniciales y su frente goteaba de sudor. La noche era una de estas veraniegas y calientes, y su borrachera producía en él el mismo efecto; veraniego y caliente… Se fue arrastrando contra la pared desde la tasca al final del callejón. Estaba oscuro y no hubo forma de evitar que se desplomara sobre su propio vómito. Ahora ya le daba igual, ella le había abandonado a su suerte y a lo lejos ya sólo oía el sonido de los mariachis que tanto le molestaron siempre.
El sol entraba fuerte y blanco por la ventana de su habitación, pero su cabeza no soportaba esa sensación. Tanta luminosidad propia de los domingos le arrebataba el cerebro reseco. El tequila estaba bien doce horas antes pero de repente algo había pasado y su solo nombre le producía terror digestivo y cerebral. Le dolía desde dentro y por detrás de los ojos, así que la mejor solución era no abrirlos. Dar un par de vueltas más en esas sábanas calientes y también luminosas. Dios, cuanta luz, es insoportable para una mañana de Domingo.
El grifo le hipnotizó sentado en el baño. Si mirabas fijamente al agua parecía hablar, parecía bailar pero no estaba para ver bailes. Estaba para beber esa agua así que se abalanzó sobre el grifo de la ducha y empezó a enjuagarse la boca y a beber de él. Quizá hubiera sido mejor idea la botella, pero no había tiempo. Conforme su cerebro se hidrataba, comenzaba a recordarla a ella. Las mañanas de Domingo eran muy diferentes cuando ella estaba, aunque no hicieras nada, aunque la mañana fuese igual de corta, y ahora estaba con unos miles de neuronas menos de las que tenía (que de por si ya eran pocas) y una sensación mezcla de ardor y dolor tanto de estómago como de corazón. Ella no desaparecía aunque cerrase los ojos y menos aún si los abría y veía la casa, las fotos, el teléfono y las sábanas de nuevo, las toallas que olían a su suavizante y las cortinas que ella eligió y que, por supuesto eran blancas y otra vez luminosas.
Salir a la calle sin pensar en lo que te has puesto es una grave error que él no solía cometer, pero esta vez la ocasión o merecía y cayó como tantos y tantas en el look depresión formado por vaquero de varias puestas ya dado de sí, deportivas blancas bastante sucias pero cómodas y camiseta descoordinada con sudadera de capucha y manos en los bolsillos, sumado a cara sin afeitar y ojeras pese a la ducha.
El parque de al lado de casa tiene las típicas escenas dominguero-mañaneras, y él camina solo. Todos parecen más felices que él, desde los viejos que juegan a la petanca hasta los inmigrantes que juegan unos puntos al baloncesto. Cosas que en otro tiempo le subieron la moral al pensar que su vida no era tan mala ya hora le recuerdan que en la noria a veces se baja.
La necesidad de conocer noticias de ella le conducía por las calles hasta la parada de metro y, de forma casi inconsciente se subió al vagón, se dejó caer entre los pasajeros en el primer sitio que vio vacío y se caló la gorra aún más hacia los ojos para aguantar la agresiva luz fluorescente que pretendía colarse en su cerebro.
La cosa tenía que cambiar, le dio tiempo a pensar en el transcurso de tres paradas, estar solo a los treinta no puede ser una condena, tiene que ser algo diferente, además a él no se le había puesto nunca nada por delante ¿por qué ahora el miedo era lo único que superaba su dolor de cabeza?
No comments:
Post a Comment