Sentimos en esas paredes el ritmo del pasado: cómo trabajaban para elevarlo, como se movían dentro para dar sentido a su misión, cómo vaciaron sus habitaciones cuando dejaron de ser útiles, cómo comenzaron a acumular polvo sus muebles, lámparas, escaleras, ... Y cómo ahora, al paso de los años, nos acercamos de nuevo, los reconocemos asombrados y nos encantan.
Son, como las buenas amistades: se elaboran con interés, se usan y disfrutan con diversión, se distancian por el uso de la vida y, finalmente, se recuerdan y revisitan sabiendo que siempre están ahí.
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