
-¡Aaaarggg! Otra vez las siete … Qué frío, no quiero salir de la cama. ¡Dios! Parece que sólo he dormido un rato … Mierda hay que arreglar la ducha … ¡Qué asco! ¡Qué frío y qué todo!
Los carteles ya están, pues nada, a empapelar las farolas, a ver qué me viene.
Lola comienza su mañana de Lunes buscando dos compañeras de piso. Lleva unas semanas viviendo sola desde que sus dos compañeras anteriores decidieran entenderse tanto que se casaran y se encadenaran a una hipotecas juntas y lejos de allí.
Necesita cubrir de teléfonos media ciudad para que un desfile de freakies pase por su casa intentándola convencer de que son los compañeros de piso ideales: los que mejor limpian, fijan y dan esplendor, no dan guerra, no respiran y tienen un contrato indefinido con nómina solvente a fin de mes, así que jamás se quedará colgada con el recibo del alquiler.
Además de atender a todo eso tendrá que sacar sus armas detectivescas para deducir que no son psicópatas, violadores, fetichistas, ladrones o practicantes de alguna extraña religión. Por tanto ha decidido especificar en el anuncio que quiere … chicas. (Todo el mundo sabe que las mujeres son más hacendosas y que si te atacan lo harán con más sensibilidad).
Ahora se toma un café en una pequeña mesa de mármol blanco. Está en una cafetería estupenda porque no es muy cara, es tranquila y tiene un gran ventanal desde el que se ve la calle Alcalá. Es una mañana fría pero agradable.
Tocando al ritmo de la Quinta estación con los dedos en el mármol de la mesa se queda ensimismada… Mira qué tío más majo, rapadito, barbita de dos días, buen culete … Seguro que trabaja en algo interesante… Y pasa así la siguiente hora, psicoanalizando los viandantes de signo masculino por la terminación de sus vaqueros. Evidentemente, ésta es una costumbre asumida por todos de manera instintiva como el reflejo de succión, pero pocas veces confesada.
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