Nancy no quería lanzar las campanas al vuelo, pero había comprado una botella de Fairy.

Era la tercera, una tercera botella de ese líquido verde que quitaba la grasa como ningún otro, que limpiaba y duraba más y mejor que los demás y que, para ella, era el medidor fidedigno de cada una de sus relaciones amorosas.

Sus parejas duraban dos botes de Fairy, siempre, siempre, no importa que hubiese vacaciones entre medias, que hubiese diferentes grados de compromiso, que con uno tuviera un affair y con otro perro y casa. Siempre dos botes de Fairy.

Así que el haber comprado la tercera, cuanto menos, era alentador.

La depresión postvacacional es un síndrome que, sin venir asociado a una enfermedad, puede volverse una dolencia terrible. Estoy inmerso en ella desde que puse el pie en el asfalto madrileño y creo que cada año es más dura y gris.
Los músculos de mi espalda, nada más bajar del tren, adoptaron su característico "modo on" de tensión, estrés y rutina. Lo que hizo que olvidara en cinco minutos, uno de los meses más maravillosos de mi vida.
Madrid no es para vivir, es para sobrevivir y hacer saco para el invierno. Un invierno relajado que existe en mi mente, en mi meta y en mis sueños.

Sensaciones agradables de Junio.
El calor. El sopor del inicio del Verano que ya es el final porque, a partir de la noche de San Juan los días se empiezan a diluir. 
El sosiego de llevarlo y el saber que, en estos días hace falta un frescor extra. El valle de Iruelas, los rincones frescos y escondidos, las fiestas de Chueca, las ferias del pueblo. 


Look at all the people,  happy faces all around
Smiling, throwing kisses, busy making lazy sounds

It's a bright June Afternoon, it never gets dark...

Esas maravillosas piedras hechas para perdurar, nos abruman, nos sobrecogen y nos trasladan a través del tiempo. 

Sentimos en esas paredes el ritmo del pasado: cómo trabajaban para elevarlo, como se movían dentro para dar sentido a su misión, cómo vaciaron sus habitaciones cuando dejaron de ser útiles, cómo comenzaron a acumular polvo sus muebles, lámparas, escaleras, ... Y cómo ahora, al paso de los años, nos acercamos de nuevo, los reconocemos asombrados y nos encantan. 

Son, como las buenas amistades: se elaboran con interés, se usan y disfrutan con diversión, se distancian por el uso de la vida y, finalmente, se recuerdan y revisitan sabiendo que siempre están ahí.

Días de emoción. La Semana Santa es un conjunto enorme de manifestaciones artísticas, de luces, de color, de lágrimas, de sangre, madera y velas.
La Pasión de Cristo excede toda contención de fe y llega incluso a quien nunca creyó.
Ese poso que todos llevamos en España, dentro de nosotros, sale a la luz de estos cirios y late al pulso de estos tambores que retumban en nuestro interior.
No hace falta que creamos en nada, sólo hayq ue dejarse llevar y emocionar por esas procesiones silenciosas, dolientes y meditabundas de Castilla. Por esos tronos lujosos, brillantes y floridos del Sur.
Qué diferentes son ambas y qué admirable es la emoción tan intensa que despiertan.

La mirada violeta nos deja hoy.
Dentro de la esfera de las grandes divas, es de aquellas que no se han retirado dejando en nuestra retina un rostro de porcelana y unos bucles perfectos. Es un semblante que ha ido envejeciendo frente a nosotros, una mutación constante que todos recordamos dividida en facetas, como la mirada de una mosca, como a través de un caleidoscopio.
Una de mis películas preferidas desde pequeño, es "Fuego de Juventud" adoraba que la repusieran una y otra vez.
Ese rostro creció hasta el espectáculo de Cleopatra, una de las películas que te llevan (de la mano de Terenci Moix) a admirar el antiguo Egipto de lujo que ahora es polvo.
Aquella gata que se tumbó sobre el tejado de zinc caliente fue mala y especial, bella y espectacular. Hay rostros bendecidos por algo parecido a poderes mágicos. Hay miradas que resumen una parte de la Historia.

Cuando la tierra tiembla en medio mundo, los corazones del otro se encogen.


Durante estos días estamos siguiendo desde las antípodas una catástrofe que nos hace empatizar con esas personas, las más lejanas del mundo. Y empatizamos tanto que se convierten en las más cercanas. La tierra firme ha dejado de ser firme, algo que siempre sirve al ser humano como símbolo de refugio, de estabilidad, de apoyo y puerto donde atracar, se ha tambaleado, ha dado una vuelta retorciéndose, recordándonos lo pequeños que somos y lo peligroso que resulta utilizar sus recursos, creer que podemos dominarlo, someterlo, pensar que tenemos todo bajo control. Incrédulos ante las "pequeñas fugas". Que nunca son pequeñas y que son la mayor de las alarmas.
Sentimos desde lejos la tragedia y nos aterramos al pensar que podemos perderlo todo en veinte segundos. Sentimos lo de lejos cerca.

En una sola semana he tenido la oportunidad de vivir dos contactos con personas que me han trasladado del principio al final de la vida.
Un bebé de quince días y una abuela de 86.
La tristeza nos abate cuando pensamos en que los últimos días de nuestra vida son algo incierto, lejano, desconocido. Algo que queremos evitar, de lo que no queremos hablar y  no por eso, retrasamos.
Este mismo momento puede ser una bisagra en nuestra vida. Una bisectriz entre ese bebé que un día fuimos y ese abuelo que llevamos dentro. Ambos nos componen y de ambos conservamos piezas que hacen de nuestro camino un todo. Pese al tiempo que nos rodea, nos pasa alrededor, nos acaricia; seguimos teniendo el frío del bebé cuando lo cambias el pañal. Y es ese tiempo el que con su recorrido, nos deja en los huesos y la piel de ese anciano que vuelve a ser bebé, al que hay que volver a cambiar el pañal. Pero que lleva dentro toda una vida de experiencias y que, aun después de casi un siglo, sus piernas le impulsan para volver a  bailar una jota castellana.

Instintivamente tenemos que apartar la mirada al ver el rostro mutilado de esta joven afgana.
Pero lo que no debemos es apartar esa realidad de nuestro punto de vista. Las noticias vuelan de la agenda setting con una velocidad vertiginosa y, sin querer, llegamos a pensar que las cosas dejan de pasar. Que ya no hay hambre en Somalia, que no hay guerras en Sudán, que se puede ser homosexual en Irán, que ...
Pero no es así, esta foto nos lleva a los tiempos en que, en cada telediario veíamos mujeres afganas quemadas con ácido y después, dejamos de verlas. Aquí tenemos el World press Photo de este año para recordarnos que queda mucho por hacer.

Parecía que los tiempos de los faraones pertenecían a otra época, otra civilización que, a día de hoy, resultaría incivilizada. Pero ese concepto de imperio dominado, de absolutismo enfermizo de ser desalmado ha llevado al límite a las tierras del Nilo.
Hay una raza de hombres carentes de generosidad, que no luchan sino por su fortuna y que no ven más allá de su oro. Sólo la codicia les mueve y se aferran al poder como lapas iracundas. La clase política está plagada de ellos y deberían saber irse, puestos a pedir, deberían saber que no están capacitados y nunca lo estuvieron, para acceder a un gobierno o para que un ápice de riqueza les pase cerca.

En la primavera de1940 nace la antiheroína más famosa y sensual de todos los tiempos. Selina Kyle se convertía en Catwoman, rival y amor platónico del hombre murciélago protector de Gotham.
Pensábamos que Halle Berry había sido la peor de toda la historia, pero, después de conocer la elección de la intérprete para la nueva entrega, sabemos que puede ser más sosa todavía. Anne Hathaway se enfundará en los vinilos negros para arañar algo del triunfo de Batman.
Siempre me quedaré conla imagen de Michelle Pfeiffer y, por supuesto de esas catwomen de los sesenta, míticas y con disfraces de cremallera y lúrex, diademas de orejas y peinados de tía (hermana de tu madre): Earta Kitt La primera negra (y no Halle), Lee Meriwether y sobre todo y para siempre: Julie Newmar, la primera y más duradera. Como diría años después la película... Gracias por todo Julie Newmar.

Empezar un año, la familia, los regalos, las idílicas calles iluminadas y llenas de gente; dejan paso al hervidero inmundo de las temidas "Rebajas". Tras un Diciembre en el que las ventas siguen superando a las de el año anterior, pese a estar inmersos en esta sempiterna crisis que rodea España y sus aledaños, hordas de gente se lanzan a las calles para comprar esas prendas que llevan hacinadas seis meses en los almacenes de sus tiendas favoritas.
Puede que todo esto se deate porque es la única época el año en que duele menos comprar, con la justificación de..."estaba más barato". Los inconvenientes: el entorno, esas malditas colas, el estado en el que vemos las estanterías de las tiendas, los agobiados dependientes, ... Nada, hace parar a la marabunta.