
Lunes siete de la mañana y suena el despertador, ducha rápida y café cargado, importante saber que la ausencia sigue doliendo y la incomunicación sigue haciendo mella. No la encuentra a su lado y la desesperación le acecha en cada una de las gotas de gotelé del apartamento. No se imaginaba volver a estar solo y ve que ya no queda nada. La música del ordenador le recuerda en cada uno de los temas que la vida esta hecha para estar de dos en dos. El camino al trabajo vuelve a ser tortura y vuelve a ver las caras de depresión que la gente arrastra hasta el metro y la narices rojas de frío que se mezclan con el pelo sucio y los zapatos feos. El ambiente del vagón está cargado y elimina todo resto de relax, frescura o limpieza provocado por la ducha.
Volver a ocupar el lugar y trabajar como un autómata e este momento es lo que más ayuda en estos casos, así que se encierra en el búnker de madera formado por tres paredes y una pantalla de ordenador.
Se descubría en el Word escribiendo cartas de despecho, mails diabólicos de destrucción emocional o súplicas terriblemente humillantes acerca de lo mucho que la ama la echa de menos y la necesita para todos y cada uno de los movimientos ventriculares del corazón al respirar.
Los días de trabajo continuaban con noches de desesperanza nutridas por el alcohol y las latillas del chino de la esquina, sitio al que más iba tanto por la proximidad como por la amplitud de horario.
Cuando la rutina había conseguido dejarle con cinco kilos menos y unas ojeras de oso panda, su cuerpo empezó a resentirse y consiguió enfermar más veces en ese invierno que en toda su vida. Pero como siempre en Marzo, traspasada la frontera colchón de varios meses, la naturaleza es había y vuelve el mundo de color. O al menos convierte el negro en gris, quizá para el ya era tarde porque el nivel de degradación al que había llegado incluía un apartamento leonera, una cuenta corriente a cero y una rutina de salidas nocturnas por sitios no del todo recomendables con encuentros sexuales esporádicos no del todo higiénicos.
Deambular por las calles sucias del centro le habían curtido en miles de episodios y se desenvolvía bien en la oscuridad, como movido por un vaivén etílico, zumbando en su cabeza los ecos de tantas noches, de tanto alcohol y tanto sudor esparcido por tantos sitios, pocas veces camas y ninguna limpia. Por eso el hecho de que un par de yonkies cada noche se le cruzasen para pedirle lo que llevaba encima no era ningún obstáculo; sabía deshacerse de ellos con un mohín violento y un empujón. Y tras la esquina de algún callejón entre dos coches siempre encontraba las cosas que necesitaba. Las calles traseras esconden parte de los morbos de la ciudad, oscuridades inexploradas por miedo y ante las que se pasa corriendo, pero él había perdido el miedo y el norte, así que se mezclaba con la mezcla, de colores, olores y finalmente sabores. Los tequila previos de cada día en casa después de cenar algo, le servían para comenzar su camino desorientado y seguir esa absoluta desorientación que le llevaba a las minifaldas de vinilo más escandalosas y prohibidas. En algún caso topo con algo más que una doncella por debajo de esos vinilos pero, dado el caso, tampoco es tan importante el detalle si al final quien le hacía sudar le hacía olvidar lo que quería.
Tantos vaivenes le dejaron en brazos de esa renuncia a todo, comenzó por ir al trabajo sin afeitar y acabó dejando poco a poco de ir. Gracias a su jefe que era un santo, consiguió una excedencia de la que se tuvo que incorporar en poco tiempo. Tenía nuevos compañeros, pero ese sólo es un aliciente para alguien que valora su trabajo.
Día a día uno de ellos, un muchacho joven, gracioso se fue labrando la posibilidad de conversar con él. Al principio pequeñas frases cortas que sólo eran contestadas por monosílabos. Después Andrés (que oportunamente tenía ese nombre) fue consiguiendo saber más de Óscar. Hasta salían juntos al descanso del café. Eso sí, al principio sin mediar palabra, realmente era cómico pensar que dos personas se comportasen como verdaderos robots, metían silenciosamente cada uno su dinero en la máquina y sacaban todos los días dos cafés con leche, iban a las sillas rojas del pasillo de los ascensores y se sentaban en paralelo mirando ambos a las puertas de los elevadores. Durante semanas la rutina se repetía casi sin hablar, pero una relación estrecha se forjaba sin que lo supieran.
El calor hizo su aparición en las oficinas y solían salir a dar un paseo en la hora de comer por las aceras de los alrededores. Hablaban de videojuegos y coches normalmente hasta que Andrés destapó la herida del desengaño sentimental. Primero soportó la salida de tono de Óscar y tras unos días retomaron el tema en uno de sus paseos bajo los soleados rascacielos.
Tras miles de explicaciones, monólogos y llantos de Óscar, decidieron salir por la noche como terapia. Andrés obviamente ignoraba que salir cada noche era la tarea adicional que venía realizando Óscar de un año a esta parte.
El nuevo en estas lides decidió no variar la rutina de su desesperado amigo, así que los bajos fondos fueron recorridos casi en su totalidad, existían diferencias claras entre las formas y la desenvoltura de ambos pero el resultado más o menos fue similar. Ambos acabaron con una melopeya espectacular y botando de pared a pared llenas de orín. Hablaron, se rieron, se espiaron cuando estaban en diferentes faldas, se dieron consejos, se perdieron de vista se reencontraron, se volvieron a reír. Al salir de uno de los bares se apoyaban ya el uno en el otro y giraron en una calle de las que no ilumina ninguna farola. La noche había que acabarla y Óscar sólo conocía una manera. Cogió la manga de la chupa de su amigo y tiro de ella hasta tenerlo en frente de su cara. Sonreían aún desde la última broma y mantenían el gesto en las caras. El miedo la desesperanza y las explicaciones no pintaban nada de nada.
Andrés cogió la cabeza de Óscar y tiro de ella hasta su boca, se besaron entre los tequilas un par de yonkies lejanos y un negro que pasaba la lado y ni miró. El beso era algo entre cariñoso, violento y amistoso, casi de amigotes. Y fue correspondido por dos manos del otro agarrando también la cabeza, parecían dos amantes y dos luchadores. Así que se fueron a continuar la lucha al portal de su casa, que estaba bastante cerca.
No subieron a la casa, no hizo falta porque en ese portal sólo viven viejos y ninguno iba a pasar a esas horas, así que sin quitarse la ropa acabaron la noche.